Justificando las conductas de riesgo

Hoy en día existe la posibilidad de recibir una educación en salud sexual, aunque no esté regulada, de calidad muy aceptable. Hay muchos sitios, tanto físicos como online, a los que acudir en busca de información sobre sexualidad coherente y científicamente validada, y en los que poder despejar aquellas dudas que asaltan cada vez que nos asomamos a una nueva dimensión del conocimiento humano. Pero, naturalmente, las conductas de riesgo siguen llevándose a cabo.

Una conducta de riesgo sucede cuando el individuo que la practica pone en peligro su integridad física por el mismo hecho de practicarla. Las conductas sexuales de riesgo responden a la misma definición. Especificando un poco más, una conducta sexual de riesgo es mantener relaciones sin protección contra las enfermedades de transmisión sexual y el embarazo indeseado.

El enigma, por tanto, es el siguiente: ¿cómo es posible que, una población que goza de la posibilidad de recibir educación sexual, en la que un gran porcentaje ha recibido esa educación sexual obligatoria, y que posee decenas de lugares en los que poder informarse sobre sexualidad, se enrole en conductas sexuales de riesgo?

Verás, me dice un vagabundo, la gente mantiene conductas de riesgo porque son un subidón de adrenalina. ¿Tú has hecho puenting alguna vez? Es una pasada.

No, nunca he hecho puenting, pero no es válido justificar la conducta sexual irresponsable comparándola con los deportes de riesgo. En estos últimos, si se practican como deberían, sucede que las medidas de seguridad los hacen tan peligrosos como cualquier otro deporte. Puede justificarse la toma de riesgos en el puenting por la sensación de euforia de después, porque esa misma toma de riesgos (insisto, siempre practicándolo como se debería) es mínima.

En el sexo, por su parte, el riesgo comienza cuando uno se decide por deshacerse de las medidas de seguridad, cuando uno decide, al fin y al cabo, follar sin condón, que es el único dispositivo capaz de mantener alejados a los dos resultados de la conducta de riesgo: embarazo indeseado y enfermedades.

Existen razones por las que alguno pudiera dejar de usar un condón en una relación sexual, tales como tener el juicio nublado por el alcohol o las drogas, tener un nivel alto de intimidad con la pareja, sentir que lo hace mejor sin él, poseer creencias religiosas o culturales que lo impidan, pensar que no se es vulnerable a su desuso, o incluso no tener acceso a uno. La justificación de estos motivos depende de muchos factores y habría que juzgar en cada situación individual si es o no válida, pero también es común que las personas elaboren justificaciones débiles cuando incurren en una conducta que saben no es la correcta.

A raíz de ello, Lucía O’Sullivan, de la Universidad de New Brunswick, Canada, y algunos colegas decidieron realizar un estudio para determinar cuáles eran los tipos de justificación más comunes de las personas que desechaban el condón en sus relaciones. Hicieron que 63 jóvenes heterosexuales neoyorquinos, hombres y mujeres, llevasen un diario con la tarea de anotar cada conducta sexual que se diera en sus vidas durante tres semanas. Después de ese tiempo, se llevarían a cabo unas entrevistas individuales en las que, entre otras cosas, se les preguntaría si utilizaron o no condones en esas relaciones, y por qué. Finalmente, con todas las respuestas grabadas, establecieron 6 dimensiones que englobaban todas las justificaciones que elaboraron los participantes a la hora de defender no haber usado el condón:

Evaluación sesgada del riesgo general. Hubo participantes cuyas explicaciones revelaron juicios de riesgo basados en información muy pobre, como factores situacionales o características del compañero. Argumentaron, por ejemplo, que el nivel de intimidad que compartían con su pareja sexual, pese a no ser pareja estable, reducía su probabilidad de embarazo o enfermedad.

Evaluación sesgada de la evidencia. Algunos argumentaron que ciertas conductas, si no son seguidas por consecuencias negativas, con saludables y seguras. Dijeron que como su compañera sexual seguía teniendo la regla, desechar los condones era aceptable. Esto es una falacia que se llama afirmación del consecuente, y en este caso hace pensar al individuo que como aun está por contraer una enfermedad o quedarse embarazado, la conducta que ha estado llevando a cabo hasta ahora no es arriesgada.

Defensa de alternativas pobres. Otros participantes justificaron la no utilización del condón con el uso de alternativas ineficientes, como la marcha atrás o, en un caso, rezar. Para los responsables del estudio este era un ejemplo de cómo las creencias irracionales persisten gracias a la sobrevaloración de la evidencia favorable (los que practican la marcha atrás pueden no quedarse embarazados) o gracias a la infravaloración de la evidencia desfavorable (la marcha atrás no es eficaz).

Falsa justificación. Algunos se centraban en los, a menudo, relativamente superficiales efectos negativos del uso del condón, como la sensación física de hacerlo a pelo o el corte de rollo que implica colocarlo. En este sentido, las argumentaciones de los participantes se centraban mucho más en las consecuencias a corto plazo (mayor placer relativo) que en las consecuencias a largo plazo (enfermedades y embarazo) de no usar un condón.

Desestimar el riesgo. Los participantes que elaboraron argumentos englobados en las dimensiones anteriores reconocieron, al menos, que sus conductas o creencias realmente no ofrecían protección. Los que desestimaban el riesgo, sin embargo, expresaron cierto pensamiento mágico que, en sí mismo, les proveía de la protección necesaria contra las consecuencias negativas que otros pudieren experimentar, expresando tener la noción de que a ellos no podría sucederles. Otros minimizaron esas consecuencias negativas y enfatizaron la facilidad de encontrar soluciones tales como el aborto o la píldora del día después.

Ignorar el riesgo. Por último, aunque cueste creerlo, hubo participantes que explicaron que las consecuencias negativas de no usar protección habían sido infladas por campañas de comunicación e instituciones, o que el desuso del condón estaba justificado por el olvido.

Estas seis dimensiones, como decimos, engloban los razonamientos que elaboraron los participantes para justificar haber tenido relaciones sexuales sin la protección del condón. Los argumentos son, a todas luces, inválidos, pero indican lo dispuesto que está el ser humano a traicionar a su razón a cambio de unos minutos de risa.

La próxima vez que mantengáis sexo sin protección con una pareja no estable con la que os molestaría tener un hijo o estéis al borde de coleccionar unas semanas de secreciones purulentas en los genitales y tratéis de convenceros de que habéis hecho lo correcto, intentad incluir vuestros argumentos en una de esas dimensiones, a ver qué pasa.

Podéis ver el artículo del estudio aquí.

¡Hasta pronto!

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